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Ancel se va de casa, talento libre

Ubi pierde un nombre propio que da prestigio, algo que en ocasiones cuesta más conseguir que el dinero. 

Michel Ancel deja Ubisoft. Bueno, más o menos. Desde el monstruo galo minimizan que su gran nombre cambie de acera, pero el hecho es que no dedicará por completo su tiempo a Ubisoft. Los juegos de Ancel quizá no sean valiosos en cuanto a efectivo en caja, ha tenido sus éxitos, pero palidecen puestos al lado de fenómenos de ventas como Assassin´s Creed o el reciente Watch_dogs. Están perdiendo otra cosa.

Ubi seguirá vendiendo Big Macs con mucho éxito, saben hacerlo de maravilla. No hay peligro económico en esta baja, tienen miles de trabajadores de mucho talento que seguirán como si nada. Lo que pierde Ubi no es un talento sin más, es un nombre propio que da prestigio, algo que en ocasiones cuesta más conseguir que el dinero. Y algo más, muy difícil de valorar porque es siempre un futurible: al pequeño genio.

Michel Ancel

Pierde a aquél que les dijo que el camino de gastarse 200 millones en un juego hecho por 600 personas quizá no era el más adecuado, o el único camino, al menos. Que las cosas estaban cambiando, que era posible hacer juegos fantásticos y preciosos con menos gente, por menos dinero. Fue el principal impulsor del motor Ubiart, con el que pretendía lanzar juegos por episodios de Rayman, de bajo presupuesto, en las tiendas digitales. Acabaron siendo Rayman Origins y Legends, finalmente publicados en físico, pero ahí quedó el motor y la idea, que acabó trayendo los fantásticos Child of Light y Valiant Hearts.

Ancel ya no quiere estar en Ubi, en definitiva. Lo intentó hace más de un año sin éxito, y ahora saca un pie fuera. El que tiene aún dentro puede ser un compromiso contractual, o quizá un deseo de no dejar pendiente un proyecto personal como BG&E2, que difícilmente podría llevar a cabo sin el paraguas repleto de billetes de la corporación. La cuestión es dónde acabarán las ideas nuevas que pueda tener en el futuro, esa nueva inspiración que pueda llegarle, si en Ubi o en Wild Sheep Studio.

Uno más, en definitiva, que abandona el barco de las grandes empresas. La lista es ya casi interminable, Molyneux (que no encontró amparo en su idea de llevar Kinect más allá de los saltos y manoteos), Inafune, Blezinski, Igarashi, Sakaguchi, la estampida que sufrió Capcom con los miembros de Clover… Hemos llegado a un punto en que el que es más que bueno, el que tiene ideas propias, no está a gusto. Quizá algunos se vayan porque los juegos cuestan tanto dinero que es muy difícil arriesgar por algo nuevo, puede que otros lo hagan simplemente porque pueden.

Porque es así, ahora pueden. Un gran talento hace 20 años necesitaba una gran empresa para poder hacer su juego, sacarlo adelante, publicitarlo y venderlo. El capital era el trampolín del talento. Ahora ya no, ahora es el techo del talento y, además, el talento puede hacer su juego, tratar de anunciarlo y venderlo por su cuenta. El riesgo es alto, pero está claro que les vale la pena. De hecho, cualquiera con conocimientos para hacer videojuegos puede buscarse la vida en distintas desarrolladoras, que tienen estudios por todo el planeta a estas alturas. Sin embargo el que todavía es un Don Nadie con conocimientos, pero además con ideas, ya no acude a ellas, se busca su propio futuro.

Por el camino quedan las viejas, gordas y torpes empresas de siempre, en las que un señor con corbata decide cómo debe ser el siguiente juego.