Portada » Artículos » Opinión » Splatoon, el último regalo de Iwata

Splatoon, el último regalo de Iwata

El hombre que desterró a los marcianitos y trajo a las personas.

Las últimas palabras de Satoru Iwata en público, cómo fue tratado su último mensaje, esa manera de despedirse; todo es una enorme injusticia. Fue ese tuit después del E3 malinterpretado y manoseado, usado como arma arrojadiza por unos y por otros en un momento de debilidad, en su peor momento. Delete.

Me niego en rotundo a quedarme con esa imagen. Para mi, el último momento de Iwata es la partida que jugué anoche a Splatoon antes de irme a la cama. Encender la consola, ir directamente a la sala del online, echar un puñado de partidas sin ninguna pretensión más que pasar bien el rato y volver a apagar. Diversión pura y dura, y sin complejos.

Porque, en realidad, ¿quién va a querer jugar a pegarse tiritos con pistolas de pintura y personajes calamar cuando tiene a flamantes marines armados con rifles de francotirador diseñado al detalle y mirillas de alta precisión que permiten ver hasta los poros de ese soldado enemigo en las teles 4K?

En el despacho de cualquier presidente de una gran editora de videojuegos esa idea no hubiera durado ni 10 segundos encima de la mesa. Por eso Iwata se ha ido a descansar satisfecho, de eso estoy seguro. No hay mejor despedida que el éxito de una de sus propuestas absurdas, que la ratificación de que pensar distinto también tiene recompensa y de que sigue habiendo un montón de gente ahí capaz de vivir esto como un entretenimiento y no como la carrera espacial.

Splatoon es único y al mismo tiempo es uno más. Es el último de esa larga lista de títulos singulares que dieron vida a la segunda revolución de los videojuegos. Un baño más en aquel viejo océano azul que sus barcos conquistaron con el ejército llamado Touch! Generation. Esa forma de entender la industria buscaba dinero, no soy tan necio, pero trajo algo mucho más grande que las enormes fortunas que durante años fluyeron a las arcas de la empresa (y a las que renunció sin problema cuando la cosa iba mal con rebajas de su salario del 75%). Trajo personas, corrientes, inclusivas, normalizadoras.

Porque a Satoru Iwata le debemos, como se dijo en su momento, la democratización de los videojuegos. Pasamos de tener una forma de entretenimiento secuestrada en una cueva de sabios a un sufragio universal en el que el gusto de todos y cada uno sirve para decidir el nuevo rumbo de la industria. Nos guste o no, los móviles no han llegado por casualidad ni las compañías trabajan en ellos por desprecio a lo antiguo. Nintendo trajo a millones de personas a los mandos y esa gente ha decidido cómo lo prefiere vivir. Pero ese primer paso, la ruptura de esa barrera, ese es el gran logro de Iwata y su equipo. Que lo llamen como quieran: cultura, ocio, hobby, negocio, entretenimiento, industria... Lo que está claro es que ya nunca más lo llamarán marcianitos.

También le estarán muy agradecidos los suyos, sus auténticos colegas, los desarrolladores. Desde que Nintendo entró, tarde, en la era de internet, rápidamente puso el foco en los creadores para tratar de hacer entender a estas personas todo lo que hay detrás de su partida. Ahí quedan, y qué será de ellos, los Iwata Pregunta, los Nintendo Direct y los Treehouse. 

El mundo de los videojuegos tiene una gran deuda. Ignorantes de su pasado, muchos jugadores no sabrán que nunca alguien con tanto poder en esta industria estaba tan de su lado. Que por fin habíamos logrado colar a uno de los nuestros entre los hombres con corbata para conseguir que pusieran su dinero donde más nos convenía a nosotros.

Se fue. Le echaremos mucho de menos.